Me
imagino que cada uno tendrá sus propios trucos. En mi caso, cuando
estoy necesitado de serenidad, entereza o templanza siempre me leo
dos grandes poemas para tranquilizarme. Uno de ellos es “Invictus”,
el verso escrito por William Ernest Henley, escritor de la época
victoriana que desde muy joven sufrió tuberculosis. Su poema se ha
hecho famoso porque fue el que Nelson Mandela se recitaba a sí
mismo cuando llegaban los momentos peores a lo largo de su terrible
cautiverio en prisiones sudafricanas por su lucha contra el racismo y
el apartheid:
Más
allá de la noche que me cubre
negra
como el abismo insondable,
doy
gracias a los dioses que pudieran existir
por
mi alma invicta.
En
las azarosas garras de las circunstancias
nunca
me he lamentado ni he pestañeado.
Sometido
a los golpes del destino
mi
cabeza está ensangrentada, pero erguida.
Más
allá de este lugar de cólera y lágrimas
donde
yace el Horror de la Sombra,
la
amenaza de los años
me
encuentra, y me encontrará, sin miedo.
No
importa cuán estrecho sea el portal,
cuán
cargada de castigos la sentencia,
soy
el amo de mi destino:
soy
el capitán de mi alma.
Me
encanta! El segundo poema lo publico otro día.
“La
victoria y el fracaso son dos impostores, y hay que recibirlos con
idéntica serenidad y con saludable punto de desdén.” Rudyard Kipling
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