domingo, 10 de agosto de 2014

Especie en extinción: ser humano


Israelitas y palestinos se matan frenéticamente, Rusia sube la tensión mundial, EEUU y la UE buscan otros clientes a los que vender armas y en África el ébola avanza matando personas mientras empresas farmacéuticas se frotan las manos ante el “negocio”.

En este contexto mundial comencé a leerme el libro “Los grandes personajes de la historia”, escrito y editado por el canal temático Historia. Siempre me ha gustado leer biografías de personajes ilustres, y no tan ilustres, que influyeron de una manera u otra en la sociedad. Sobre todo me atraen aquellos que te cuentan los aspectos más importantes de estas celebridades en un espacio más o menos reducido. Mi interés por estos personajes, excepto en casos aislados, no supera las 15 o 20 hojas. Por eso, disfruto con este tipo de libros donde se puede aprender y entender, que no justificar, algunas actitudes, decisiones, comportamientos o personalidades de difícil comprensión.

En este último libro, me ha llamado especialmente la atención un personaje, Marie Curie. Ya conocía mucha de la información que contiene su capítulo, aún así, me he sentido atraído por el personaje produciéndome una gran admiración. No voy a centrarme en la vocación, inteligencia y talento supremo que debe poseer una mujer a finales del siglo XIX y principios del XX para ganar 2 premios Nobeles y convertirse en la primera en impartir clase en la universidad de la Sorbona. Esos éxitos son muy conocidos y sólo representan la punta del iceberg. Me voy a centrar en sus verdaderos logros.

Tras una actividad frenética y muy poco saludable, Marie Curie y su marido descubrieron el radio, un elemento químico con múltiples aplicaciones, sobre todo en el campo de la medicina, sus descubridores serían ricos... pero decidieron no patentarlo, consideraron que no era de su propiedad sino de la humanidad, renunciaron a una vida más lujosa, a solucionar su futuro y el de sus hijos. Si! Aunque cueste creerlo, los Curie son de la misma especie que nosotros, seres humanos, pero su altruismo nunca será lo suficientemente agradecido.

El otro gran éxito se produjo cuando estalló la 1º Guerra Mundial. Marie Curie, ya viuda, decidió ser útil en tal inmensa contienda. Cogió a su hija mayor y se fueron a los campos de batalla a aplicar sus descubrimientos y conocimiento en medicina. En condiciones difíciles, ejerció como enfermera, formo a otras mujeres en el uso de los rayos x, que podían ubicar balas y metrallas y diagnosticar otras lesiones, creó hospitales de campaña allí donde fue y expuso su vida y la de su hija en favor de sus pacientes. Cuando finalizó la guerra no se la condecoró, ni nadie se lo reconoció... pero lo mejor de todo es que no lo necesitó. La falta de ego era sustituida por una gran conciencia, por la calma que proporciona haber hecho lo correcto, haber actuado bien, sin necesidad de recibir nada a cambio. No queda nadie así...

Este tipo de personajes te reconcilian con la humanidad, sobre todo en estos tiempos, donde estamos sedientos de verdaderos héroes, ejemplos a seguir.

Una vez, extenuada por el cansancio del exceso de trabajo de la alta exposición a la radioactividad dijo:
"La vida no es fácil, para ninguno de nosotros. Pero… ¡qué importa! Hay que perseverar y, sobre todo, tener confianza en uno mismo."

domingo, 3 de agosto de 2014

Medalla de Luz


En estos tiempos que vivimos, donde el mundo está patas arriba y los telediarios nos inundan con guerras, muertes y luchas motivadas por el territorio, la raza o la condición religiosa, nunca viene mal conocer historias reales que sirven de ejemplo para intentar reconducir a esta a loca sociedad.

Hace poco, pude escuchar esta maravillosa historia acontecida en un marco siniestro. En el año 1936, Alemania celebró los juegos olímpicos, una oportunidad única para el régimen nazi de mostrar al mundo la supremacía aria. Lo cierto es, que en parte lo consiguieron, ya que lideraron el medallero por primera y última vez. Sin embargo, entre tanta explosión de soberbia alrededor de la esvástica, surgió un incómodo protagonista.

Jessy Owens, un atleta estadounidense de origen afroamericano, triunfó en aquellos juegos, llevándose 4 medallas de oro. La más significativa, y por la cual escribo este post, fue la de salto de longitud. Se enfrentaba al ídolo alemán, un atleta que representaba a la perfección el ideal de la raza aria, se llama Luz Long.
Su primer encuentro fue en la clasificación para acceder a la final. Long, iba claramente en cabeza, dando sensaciones de triunfo seguro. Máxime cuando Jesse Owens, su mayor rival, había hecho dos nulos, muy dudosos, y estaba sólo a uno de la expulsión.
En ese momento, se produjo el gesto que pasó a la historia. El atleta alemán, seguramente con una actitud que hubiera sido rechazada por la mayoría de los ahí presentes, le aconsejo al afroamericano que no tenía que intentar batir el récord mundial en cada salto. En vez de eso, debía concentrarse en pasar la eliminatoria saltando varios centímetros por detrás de la tabla para que no le señalasen otro nulo. Owens le hizo caso y saltó a casi 20 centímetros de la zona de batida y se metió en la final.
Ahí la pelea entre los dos talentos fue brillante. El alemán hizo un salto de 7,87 metros, parecía tener el triunfo en su mano, pero en el último intento Owens alcanzó los 8,06 metros, consiguiendo la medalla de oro y un récord olímpico que duró 24 años. Fue el consejo desinteresado del alemán, lo que permitió que la fiesta aria no fuese completa.
Por supuesto, fue Luz Long el primero en felicitar a Jesse Owens protagonizando un brazo mítico y muy deportivo que no sentó nada bien a la Alemania nazi del momento, por lo que fue repudiado en su propio país pese a haber logrado un fantástico resultado.

Se forjó un profunda amistad, pero cuando estalló la 2ª Guerra Mundial, Luz Long fue obligado a combatir, pese a que los deportistas de elite contaban con el privilegio de no tener que ir al frente. Quién sabe si no fue como castigo por la deportividad y solidaridad mostrada con Owens. Falleció en combate en 1943.
Jesse Owens, se desplazó a Alemania para conocer a la familia de su amigo, con quien había mantenido el contacto desde aquella mítica final y pronunció aquella célebre frase, “se podrían fundir todas las medallas y copas que gané, y no valdrían nada frente a la amistad de 24 quilates que hice con Long en aquel momento”.

El escritor italiano Alberto Moravia dijo que, "La amistad es más difícil y más rara que el amor. Por eso, hay que salvarla como sea".

Tomen ejemplo...