Cuenta una antigua leyenda hindú que hubo un tiempo en el que
todos los hombres que vivían sobre la Tierra eran dioses. Pero el abuso que
hicieron de su divinidad enfureció a Brahma, el dios supremo, tanto que decidió
privarlos del aliento divino del que gozaban. Propuso esconderlo donde jamás
pudieran encontrarlo y emplearlo nuevamente para el mal. Para buscar ese
recóndito lugar, convocó a todos los dioses menores. Primero propusieron
esconder la divinidad del hombre en lo profundo de la tierra pero Brahma se
negó porque el hombre cavará profundamente en la tierra y lo terminará
encontrando. Entonces los dioses propusieron sumergirlo en lo más profundo de
los océanos pero dijo Brahma, "que tarde o temprano el hombre aprenderá a
sumergirse en el océano y también allí lo encontrará". Entonces los dioses
menores optaron por esconderlo en la montaña más alta, sin embargo Brahma
volvió a replicar, "porque un día el hombre subirá a todas las montañas de
la tierra y capturará de nuevo su aliento divino". Los dioses menores,
desconcertados, se dieron por vencidos, y dijo Brahma: "Escondedla dentro
del hombre mismo; jamás pensará en buscarla allí". Y así lo hicieron.
Oculto en el interior de cada ser humano hay un algo divino. Y desde la noche
de los tiempos, dice la leyenda, que el hombre ha recorrido la tierra, ha
bajado a los océanos, ha subido a las montañas buscando esa cualidad que lo
hace semejante a Dios y que todo el tiempo ha llevado siempre en su interior.
El
objetivo de mi reciente viaje a India, no ha sido buscar esa cualidad divina
que se esconde en nuestro interior, aunque si he podido explorarlo bastante. Si
no disfrutar de una aventura nueva en un mundo completamente diferente al
nuestro.
Me
resulta imposible poder resumir, a la vez que explicar y detallar, todo lo que
he vivido, conocido y descubierto en esos 15 días. Por tanto, he decidido concentrarlo
en una pequeña muestra, describiendo el top 5 de mejores momentos durante mi
experiencia hindú:
En quinto
lugar, “la llegada”. Es lo mejor de India, la primera vez, la primera
impresión, el primer golpe. Nada más salir del aeropuerto me estaban esperando
cientos de indios que observaban a todo el que salía, (seguro que la mayoría no
esperaban a nadie, sólo estaban cotilleando). Estampa surrealista, con un calor
y humedad severo, una masa de gente mirándome como si yo fuera… si! en realidad el raro y exótico en ese
lugar era yo. Desde allí mi ruta hasta la casa donde me alojada fue en un
estrambótico rickshaw, con el que, durante una hora, fuimos esquivando motos,
adelantando elefantes y sesteando coches.
En cuarto
lugar elijo algo más tranquilo, el atardecer en black beach. Una playa
paradisiaca, de arenas negras y marrones, con el sol poniéndose y un mar
bastante embravecido. El revoltoso Índico me obligó a ver el atardecer desde la
orilla, ya que en sus aguas llevaba ya varios revolcones que dejaban de ser
graciosos… Creo que, junto con el atardecer en la mítica Estambul, es la mejor
puesta de sol que he visto.
Cuando
estás en India eres incapaz de evitar envolverte en un aire místico, en tercer lugar sitúo el encuentro con Amma, Mata Amritanandamayi Devi . Considerada por los hindús como una
divinidad corpórea, se trata de la última gurú viva en la India, a la altura de
Sivananda, Shivaguiri, Osho y otros más. Famosa por la energía que transmite
cuando abraza, fuimos a conocer su ashram un día en el que no estaba previsto
ningún encuentro. Después de una paliza de 2 horas en moto, cruzando ciudades
donde la verdadera jungla está en las calles y no en sus bosques frondosos, nuestra
proeza tuvo recompensa. En un hall inmenso, donde reposaban más 300 personas,
se encontraba presidiendo el Amma. Todo fue muy rápido, pero lo único que sé es
que de repente nos vimos empujados hasta la misma mesa donde se encontraba la
mujer divina, la cual nos sirvió de sus propias manos la comida que tomamos.
Fue muy emocionante e intenso, pero reconozco que no lo viví como lo hubiera
hecho cualquier de esas personas que viven
una enorme devoción hacia esta mujer.
Como
suele ocurrir, las mejores experiencias son las que surgen sin planearse. En
segunda posición elijo el puesto improvisado de forja. Imaginad ir en moto por
un pueblo indio y de repente, a un lado de la acera, se amontona la gente para
observar un puesto familiar. Un grupo de 8 o 10 personas estaban forjando
herramientas de hierro y vendiéndolas. Lo más impresionante era que se trataba
del proceso completo de fabricación. Las mujeres movían una polea cuyo giro
provocaba una fricción que expulsaba calor, este calor era aprovechado para moldear
las herramientas a la vez que se daban forma a martillazos sobre un yunque.
Cada herramienta que estaba lista se ponía en una tela a la vista de todos para
pujar por ella. Un espectáculo incluso para los indios…
Pero el
mejor momento fue la visita a un colegio. Por supuesto tampoco fue planeado.
Mientras íbamos en moto por un poblado perdido, paramos de repente frente a un
colegio infantil cuyos niños estaban a esa hora en el recreo. Sólo hizo falta
parar la moto para que todo se revolucionara. Viendo el pueblo perdido en el
que estábamos y la reacción de los chavales, apuesto a que muy pocos habían
visto antes a un occidental. Entramos en el colegio y todo se desmadró. No creo
que llegara a más de 5 minutos nuestra pequeña visita, pero el ajetreo de los
niños lo convirtió en una experiencia memorable. Un baño de masas donde decenas
de manos te saludaban, nos preguntaban
nuestros nombres, te enseñaban sus aulas etc. ante la presencia del
asombrado profesor que, como nosotros, estaba superado por la situación de
alegría incontrolada de los niños. Fue tan absorbente, que no me acordé de
sacar la cámara de fotos hasta que nos montamos de nuevo en la moto. Decidiendo
que era mejor dejarlo así, sin imágenes.
El poeta alemán Novalis decía que "el auténtico observador contempla tranquila y despreocupadamente los nuevos tiempos revolucionarios". Y esa es la perfecta definición de India, auténtico observador.